XV ruta de preparación NORDKAPP6060

21 de abril de 2021. 820 kilómetros. 11 horas y 47 minutos de pilotaje. 14 horas y 20 minutos de ruta total.

¡Espíritu NORDKAPP6060!

Todas las rutas son diferentes, cada una muestra una visión y es un referente sobre la capacidad de resistencia. Cuando salgo de ruta, en el momento de arrancar desde la puerta de casa, sé que tengo por delante solo un objetivo, volver la moto y yo igual que salimos. Pero sé que serán muchas horas por carreteras desconocidas en trayecto y en estado. Soy consciente de que tendré momentos de dudas y de toma decisiones instantáneas. Si a estos ingredientes le añado (yo no, la providencia) la meteorología adversa, se convierte en una ruta memorable.

Esta ruta ha tenido de todo. He vivido otras rutas con lluvia, con más lluvia, que terminó por hacer permeable lo que en principio me vendieron como impermeable. Nada me amilana y me hace retroceder y la lluvia, de momento, no lo ha hecho. Las luces, los matices que provoca un cielo tormentoso son incomparables. Pilotar mientras veo de un horizonte gris, oscuro, incierto, con la certeza de que me dirijo hacia ese presente en un corto futuro, pone la adrenalina a tope. Deseo llegar, que la lluvia me obligue a adaptar el modo de pilotaje y también el tipo de carretera donde esté en ese momento. Todo se convierte en magia, el horizonte se difumina, la naturaleza se convierte en una realidad entre velada por gotas de agua que recorren la visera del casco y la cúpula de la moto con capricho, nunca a mi favor.

La temperatura va tomando consonancia con la baja visibilidad, llegando a sentir los 6º-8º a pesar de la excelente ropa con la que voy protegido. No es la temperatura, es el ambiente que me rodea mientras curveo sin pausa a través de cañones de piedra y llanuras de siembra.

Dos grandes sorpresas: la zona de Cameros en La Rioja y la Sierra de la Demanda, en el Sistema Ibérico, que comparten la provincia de Burgos y la comunidad de La Rioja. A pesar de saber por dónde iba a rodar, desconocía por completo la orografía y el 3D con los pueblos incrustados en las laderas de las montañas. Cuando diseño la ruta busco carreteras serpenteantes y mucha montaña. El resto ya es aventura y saber negociar con la realidad de cada minuto, cada kilómetro.

Los cambios de asfalto, de manera imprevista, son una constante durante el recorrido. Las sorpresas son esperadas pero como siempre, la realidad supera la ficción. Llegar al puerto de Peña hincada fue uno de los momentos que jamás olvidaré. Muchos kilómetros de subida por una carretera infernal, muchos tramos eran gravilla suelta con curvas de 180º. Eso con una moto trialera o de campo no tiene ningún problema, pero con una moto de carretera, de 340 kilos, más otros 80 kilos entre los míos y todo lo que llevo como «equipaje», se convierte en un tránsito muy peligroso. Pero lo que esperaba merecía la pena, con creces.

Peña hincada… la apoteosis

Paré para disfrutar de la singularidad del paisaje, para sentir la fuerza de la naturaleza y sentirme una pieza minúscula rodeado de montañas impresionantes y nubes inmisericordes con todo lo que pillen a su paso. Comí entre granizo o lluvia helada. Subí por la montaña para ser único, para recrearme en la belleza que me rodeaba y la emoción que todo ello me impregnó. Reconozco que durante unos minutos el corazón se aceleró y la respiración se entrecortaba. En ese momento era la persona más feliz y más privilegiada del mundo. Sentir todas aquellas sensaciones fue un logro personal. Ya no importaban los 500 kilómetros que llevaba en mis brazos, en mis riñones, en mis piernas.

Bajar fue un continuo disfrute. Ya no importaba la carretera ni las inclemencias del tiempo. Todo era respirar y disfruta del paso de las curvas, de los pueblecitos mojados, de los cañones diseñados por los riachuelos. Sin darme cuenta, llegué a casa con los olores, el pelo mojado y las sensaciones. Imperdibles por siempre.

Durante el regreso tuve la fortuna de vivir un atardecer desde la cara norte de la Sierra de Guadarrama. Cumbres nevadas. Atravesar La Granja de San Ildefonso y subir el puerto de Navacerrada, con sus míticas siete revueltas, fue el fin de fiesta. El resto ya fue dejarme ir hasta casa.

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